22 de octubre de 2013

La incubadora

Enero de 2012
Llegué tras la promesa de un trabajo. En mi pueblo, de calles de tierra y poca gente no encuentro nada para hacer que me permita ganar lo suficiente para mantener a Juanita y Martín. Así que me resigné y los dejé con mi vieja por un tiempo, me vine a la capital de la provincia. La señora Marcia me aseguró que acá iba a conseguir trabajo. Que ella me iba a dar un cuartito en su casa y comida gratis hasta que yo cobre mi primer sueldo y se lo pueda devolver. Bien que me endulzó los oídos con la cantinela de “laburo rápido y sencillo”. Pero ni bien me bajé del colectivo con mi bolsito azul en el que sólo traje algo de ropa y mi documento, las cosas cambiaron. Me trajo a su casa, sí. Pero me sacó el documento y me encerró, diciéndome que espere instrucciones. Tengo un poco de miedo.

Febrero de 2012
La señora Marcia me ayudó a ponerme presentable: me tiñó el pelo de rubio… ¡rubia, yo, con la cara de india que tengo, quién lo hubiera dicho! Y me trajo unas lentes de contacto celestes para que use todos los días.

17 de octubre de 2013

Testigo invisible

Año y medio llevó terminarla. El pueblo entero estaba convencido de que tanto tiempo de trabajo daría como resultado una obra arquitectónica de envergadura. Así que el domingo 1 de Octubre, fecha de natalicio de la ciudad y tras la convocatoria del intendente, fuimos en manada a la plaza a presenciar y aplaudir la inauguración.
La primera desilusión fue la ausencia en el acto del gobernador de la provincia, con el que todos queríamos una foto. No era de extrañarse su ausencia: no pertenecía al mismo partido político que nuestro alcalde así que el desaire era lo habitual. Y menos mal que no apareció: la obra en cuestión era para avergonzar hasta el ciudadano con menos conocimiento del mundo.
Nos reunimos todos, bajo el sol de primavera para ver cómo los obreros de la municipalidad tiraban abajo las maderas que rodeaban el nuevo monumento y lo habían ocultado hasta ese día de la mirada curiosa de los vecinos.

15 de octubre de 2013

Insomnio

Laura caminó despacio los últimos metros que la separaban de la única farmacia de la ciudad. Observó, sin sorpresa, que aún permanecía cerrada. Suspiró, resignada y se sentó en el cordón de la vereda dispuesta a esperar. Metió sus manos delicadas hasta el fondo de los hondos bolsillos de su campera y cerró los ojos, intentando descansar un poco, en medio del silencio abrumador que la rodeaba. Ni el gélido aire de la mañana ni el cansancio la harían desistir de su propósito: necesitaba hablar con don Armando, el viejo y sabio farmacéutico del pueblo.
Movió la cabeza con pesar. No tenía muchas esperanzas de conseguir lo que venía a buscar. Ya varias de sus amigas habían pasado por situaciones similares y el boticario jamás había accedido a sus ruegos. Era inflexible. Pero Laura estaba desesperada y sentía que si no conseguía ayuda, no podría seguir viviendo.
Insomnio. Eso era lo que la torturaba. Había pasado los últimos cuatro días sin pegar un ojo. Recordó, apesadumbrada, el dicho popular que pasaba de generación en generación y en que el que don Armando creía fervientemente: “Si no puedes dormir es porque estás despierto en el pensamiento de otra persona”.

10 de octubre de 2013

La resistencia

Me desperté sobresaltada. De repente me encontré sola, sentada en la cama, abrazándome a mí misma. Rodeada por la oscuridad de la noche y escuchando tan sólo el latido agitado de mi corazón que se mezclaba con el traqueteo de algún colectivo que rodaba, ruidoso, por la avenida más cercana.
La conciencia, que me mostraba dónde estaba, quién era, qué hora era, también me planteaba una verdad irrefutable y terrible: “Me gusta Néstor. Estoy enamorada de él”. Me negué a escucharla... “Un sueño tonto”, me dije y me abracé a la almohada perfumada, dispuesta a sumergirme otra vez en la inconsciencia acogedora en al que tan cómoda me encontraba hasta ese momento.
No resultó. Probé recostarme de un lado. Intenté del otro. Me puse boca abajo. Me extendí mirando el techo. Conté ovejas. Era imposible...

7 de octubre de 2013

La valija roja

Valeria
Y, sí. Yo soy la hermana mayor, tengo que dar el ejemplo. Lucas no tiene ni idea de lo que está pasando, todavía es chiquito. Mejor para él, así no sufre. No es que yo sufra mucho porque se vaya de casa, creo que sin las constantes peleas vamos a vivir mejor. Ver todos los días los ojos enrojecidos de mami y la cara de enojado de papá me tiene harta. Además, a mí mucho no me quiere, siempre prefirió a Martina y habló mal de mí: “ésta se la pasa escondida atrás de un libro, nunca quiere jugar, se las da de inteligente, como la madre”, dice.
No sé qué hacer, realmente. Hace media hora que estoy despierta, dando vueltas en la cama y con ganas de hacer pis. La verdad, la verdad… no me quiero levantar y ver el momento en que se marche con su enorme valija roja a cuestas. ¿Cuánto tiempo necesitará para juntar sus cosas? ¿Qué estará haciendo mami, sola, en el comedor?

1 de octubre de 2013

Orgullo o vergüenza

La noticia en el diario del pueblo me tomó por asalto: “Oscar Gómez, conocido vecino de la ciudad, preso por hallarse involucrado en mafia de juego clandestino”. En no más de seis párrafos vergonzosos se describía el caso. La nota iba acompañada de una foto de Oscar Gómez que no permitía dudas sobre la existencia de otro hombre con el mismo nombre. Era el abuelo.
Según el pasquín, lo habían detenido en la puerta de su casa. Sentado en el banco de piedra que usaba la mayor parte del día para charlar con todos los vecinos que pasaban. Y con los bolsillos llenos de billetes y de papelitos en los que se detallaban los números apostados, la quiniela elegida (Nacional o Provincia), el importe en juego y el nombre del apostador. “Las manos en la masa”, decían las frías letritas negras.
Con mis nueve años, tenía la convicción de que el abuelo era un superhéroe.